Iniciando el Fios do Tempo [Hilos del Tiempo] de 2022, hoy traemos la “miscelánea de epifanías” del gran sociólogo, filósofo, poeta y amigo colombiano Gabriel Restrepo. Con su festín al “pensar súbito”, realizado en una retórica barroca resonada en diferentes timbres, Restrepo recorre un viaje de siete pasos con su habitual densidad simbólico-existencial, para ser contemplado con lentitud y recurrencia.
Iniciando os Fios do Tempo de 2022, trazemos hoje a “miscelânia de epifanias” do grande sociólogo, filósofo, poeta e amigo colombiano Gabriel Restrepo. Com seu festejo ao pensar repentino, feito em uma retórica barroca ressoada em distintos timbres, Restrepo percorre uma jornada de sete passos com sua costumeira densidade simbólico-existencial, a ser contemplada com vagar e recorrência.
Abriendo así, en los Fios do Tempo, otro año de cultivo del pensamiento y de reflexión sobre el tiempo actual, deseamos a todos, como siempre, una excelente lectura.
Abrindo assim, no Fios do Tempo, mais um ano de cultivo ao pensamento e de reflexão sobre o tempo presente, desejamos a todos, como sempre, uma excelente leitura.
A. M.
Fios do Tempo, 17 de janeiro de 2022

Miscelánea de epifanías
Gabriel Restrepo, escritor y sociólogo, especial para el Ateliê de Humanidades y Fios do tempo
Centro poblado de Santandercito, municipio San Antonio de Tena: diciembre 31 de 2021 – enero 6 de 2022.
Uno de los nombres:
El escurridizo albur y el bricolaje de la miscelánea y del magazín junto a lo sacro, a lo profano ilustrado y a lo popular de las epifanías
No se confunda esta “creación” como una mímesis del Génesis, pese a su ordenamiento en siete jornadas. Pues antes que el relato ponderado del nacimiento del mundo, de cualquier mundo, estas briznas que compendian una miscelánea y un magazín son una parodia para elogiar el pensar súbito. Caos, entonces, más que cosmos. Dispersión y fragmentos, que no tratado ni sistema. Sismología de sentimientos, intelecciones e ideas. Apuntes de investigación, más que exposición ordenada de resultados. Puesto que se escriben en los bordes del fin de un año e inicio de otro se pueden interpretar como los temblores padecidos entre las hojas tachonadas del pasado y las albas e inciertas del futuro: un limen resbaloso entre la fatalidad del pretérito y la incertidumbre temerosa de cualquier comienzo. Así pues, retóricas en distintos timbres.
Concedamos: el mapa no es el territorio. Ni el continente es el contenido. Ni la portada es el libro. Ni el índice es la exposición. Ni el resumen es lo resumido. Ni las palabras claves son las palabras argumentadas. Ni la Wikipedia es la enciclopedia. Y por si fuera poco, el alfabeto no es la escritura. Pero la imperiosa economía y el desorden de mi biblioteca, al que aludiré, me fuerzan al uso y abuso de muchos zancos.
Por ejemplo el de la preciosa palabra “albur”. Propia del muy polisémico “choteo” – ambos joviales juegos populares hispanos tan enriquecidos en estos lares, con una acepción de denuesto al calificar la improvisación de la parla como algo desorganizado, como alguien dirá de este choteo escrito – mereció una sesuda arqueología para develar sus mutaciones en ocho siglos: desde la palabra árabe hispánica – tal vez ladina – alburi para designar a un escurridizo pez, a un lance en el juego de naipes y de allí a un atributo del azar para dar con un duelo ingenioso y repentino de dobles sentidos, a menudo sexuales, ejemplificado en el soberano jugador que fuera Cantinflas, proceso de transmutación de atributos por metonimias, sinécdoques, degeneraciones, elevaciones, eufemismos, hipérboles, atenuaciones y contactos.[1] El esplendor de la lengua ladina al trasladarse a estos pueblos mundos. Así que no me avergonzaría fungir como cantinflesca reencarnación del batiburrillo.
A su turno, miscelánea deriva del latín miscere, mezclar, y éste del indoeuropeo *meik. Y la imponderable fuente en la cual me apoyo remonta al latín miscellanea que “como bien nos explica Juvenal, era una comida grosera que se daba a los gladiadores y que era mezcla de muchas cosas” (etimologias.dechile.net). Algo así como las distintas variantes regionales del sancocho. No es necesario acudir al canónico diccionario de la Real Academia Española para derivar su popular acepción como esa tienda de barrio a donde acude quien quiera a encontrar desde una aguja a un cinturón de castidad: espacios que se resisten a la fría impersonalidad de los supermercados justo porque aquellos son lugares poblados de albures y de choteos.
Otro tanto sucede en los magazines. Según la misma fuente chilena, también en este “género” nos hallamos en deuda, inmensa deuda, con los árabes y por cierto con notorios filamentos retóricos, antropológicos y sociológicos: proviene del árabe magzan, originalmente un almacén, palabra que se enriquece y varía al emplearse en francés e inglés por vía del colonialismo y que por muchos eufemismos derivará en la acepción “culta” como impreso de muchas variedades.
Pero, oh sorpresa, su raíz es anterior al siglo XVII cuando se aplica a depósito militar y al espacio donde el sultán guardaba y celaba los tesoros habidos de los impuestos (léase contribuciones forzadas de la multitud). Su fuente es nada menos que el tunecino Ibn Jaldún (1332- 1406), reputado como predecesor de todas las ciencias sociales. Una de sus contribuciones luminosas fue la contraposición entre bled-es-Siba y Bled el-Makhzen.[2]
En breve, Bled el-Makhzen se podría traducir en los términos de Max Weber como la dominación burocrática embrionaria de los sultanatos por su vínculo con el tesoro y hacienda del poder depositados en el almacén real, en tanto que Bled el-Siba apunta a la dominación carismática insurgente en pueblos insumisos levantados contra aquella, sometida a la entropía de la rutina progresiva del carisma. Pero aquí no interesa seguir el trillo académico, pues el centro de atención es de nuevo el nexo entre miscelánea, magazín y almacén como topos y como tropos, lugares comunes de la retórica popular. Si estos espacios de tráfago comercial y lingüístico se asocian a la matriz persa, hindú y árabe del bazar (https://es.wikipedia.org/wiki/Bazar), quizásse pudiera comprender la distancia infinita entre el mercado despersonalizado tal como lo entiende occidente y el intercambio mercurial y personal como una oposición casi irreductible entre habla y lenguaje y como contienda entre la rutina administrativa y la parla hechizada del pueblo y, por ende, como antítesis de los mundos de la vida y el mundo del sistema social globalizado. Una contraposición que desgarra al pensador de estos lares cuando se sitúa entre los bordes de la retórica académica y del albur popular.
Pero queden en remojo esos apuntes, pues el interés central es articular estas nociones con las epifanías como preludio para justificar la retórica barroca de este ensayo, no sin dejar de subrayar que el interés es dar entrada a discursos no convencionales, es decir unos que reflejen la heteroglosia y heterofonía populares y las acompasen con los cánones académicos que suelen ser monocordes.
El término epifanía es más conocido, aunque quizás menos reconocido de lo que merecería: la entrada de etimologías de Chile es muy escasa, dada la trascendencia del concepto. Su etimología proviene de epi, relativo a la superficie, y phanein, brillar, aparecer, emerger: así pues la epifanía es un repentino y luminoso salir a luz. Se asocia a palabras parientes pero que al cabo son como números primos por lo irreductibles y hasta contradictorias como fase, fenómeno (que tanta controversia ha generado de Kant a Heidegger), fantasma y fantasía, fanerógama, fenotipo, diáfano, sicofante (tan asociado a la difamación y a las falsas verdades, tanto que se diría que el concepto sofista es apropiado para describir el mundo virtual contemporáneo) y hierofante (quien hace aparecer lo sagrado).
Pero justamente este aparecer de lo sagrado involucrado en la figura del hierofante permite trazar una gama amplísima de aplicación de la epifanía. Su primer albor es la epifanía mágica; su refinamiento es la teofanía religiosa (Moisés ante la zarza ardiente; la transfiguración de Cristo en el monte Tabor; San Pablo arrebatado a los cielos; la visita de los reyes magos; y la pentecostés; la iluminación de Buda ante el árbol, Mahoma emergido del desierto; San Agustín ante los infinitos de océano, aire y desierto); su secularización abre una variedad muy vasta: de la epifanía como iluminación sagrada a iluminación profana como distinguiera Walter Benjamin, a la epifanía literaria de James Joyce, a la epifanía poética y mística: del Aion platónico con el rapto del poeta, a la mística árabe y española con Ibn Arabi y San Juan de la Cruz; de la precursada por Novalis en sus Himnos a la Noche inducidos por el consumo de la amapola, a las terribles epifanías agónicas de Thomas de Quincey por su consumo adictivo del láudano, tan expuestas de modo soberano en Suspiria de Profundis; a la epifanía terrible de Las Flores del Mal de Baudelaire; y luego a la inducida en Rimbaud por el “desarreglo metódico de los sentidos” estimulada por fármacos alucinógenos; y a la mística inversa y demonológica de la adicción a las drogas propia de sociedades con exceso de riqueza y pobreza de sentidos, como se patentó por ejemplo en el Almuerzo Desnudo de Burroughs. Pero junto a estas modalidades extremas se alinderan la sobria inspiración intelectual de Rousseau en sus meditaciones ambulantes en el teatro de la naturaleza; o los desvíos metódicos de Charles Sanders Peirce en sus mussements; el análogo peripatetismo inspirador de Nietzsche. Incluso puede sumarse el expediente de los sueños tomados como medios áureos de revelación de verdades hondas en mentes tan antípodas como Freud, el matemático hindú Srinivasa Ramajunan o el químico Kekulé en la revelación onírica de la fórmula del benzeno.
Sería interminable zurcir los vínculos entre la epifanía y la aletheia tal como fuera recuperada del mundo griego por Heidegger; la revelación; el carisma; el revelado de la fotografía – la escritura de la luz – y el cine; el eureka griego y en general toda la genealogía del descubrimiento; la inspiración en sus distintas modalidades; la anagnórisis como eclosión de purga y de catarsis hacia una iluminación de la tragedia; el reconocimiento; los trances extáticos místicos; el juicio mismo como facultad que eleva el sentimiento a razón de la razón; el genio tal como lo entendía Schopenhauer; la apoteosis, elevación del hombre a la estatura de Dios como lo pretende para la especie Noah Juval Harari.
Como para no dejar que estas asociaciones queden para otra u otras vidas, entronco las distintas acepciones en el telar de mi Teoría Dramática y Tramática de las Sociedades con esa propiedad general de las significaciones culturales de ser causas de sí mismas, pese a ser condicionadas, pero que son tan potentes que incluso pueden estimarse de modo relativo como causas de sus causas y de sus condiciones, excepto las naturales. En ellas se condensa el poder de la especie para dar lugar a nacimientos y a renacimientos como suma de libertad y de voluntad de quienes se elevan a la altura de prototipos y arquetipos de la cultura. Su épica de gran coraje consiste en ser fontanares de la acción de la especie en su errancia milenaria al dar forma a lo informe mediante la poiesis simbólica, entre las cuales destaca la gesta de creación de los símbolos profundos condensados en clave de Dichtung por entrelazar la magia, la teología, la religión, los imaginarios, la filosofía y la sapiencia como faros de la travesía procelosa de la especie. Dicht es un adjetivo que alude a la densidad y riqueza simbólica. Ahora bien, como una conjetura de los procesos de creación se diría que en ellos, como alma de los pueblos, se funden por muchos vínculos la sapiencia popular y la sabiduría “culta”, cuya mayor expresión es para mí expuesta en los juegos de lenguaje entre Don Quijote y Sancho Panza en el duelo, albur y choteo de los refranes. Según mi interpretación heterodoxa la cura de Don Quijote procedió más de este bendito duelo antes que por los artificios del Bachiller Carrasco. Al menos lo he tomado como expediente para mi depuración intelectual y espiritual. Así que bienvenidos a la miscelánea, al magazín y al bazar del batiburrillo de albures y de choteos por ver si nos distanciamos de la definición clásica de la acepción como “mezcla desordenada de cosas que no guardan relación entre sí.”
Dos
Una epifanía onírica
Extraigo un pasaje de los “diarios” continuos que llevo desde 1963, mismos que cada vez más pudieran calificarse como “nocturnos” por el peso adquirido por las manifestaciones o epifanías de los sueños:
20211231 viernes, último día del año
Sueño: perdido en tierra o territorio extranjero o extraño
Viajo a Europa, quizás a Austria, al lugar del Señor Altmann (traducción: “el señor viejo”), como en otros sueños, quien en la “realidad” era un conocido emigrado de Austria a Colombia para huir del nazismo hacia 1933, pero el cual pudiera ser trasunto de muchas figuras: ¿el último Freud como “señor viejo” conminado a huir de Austria? ¿El Hombre de la multitud de Edgar Allan Poe, metáfora del vagabundo demonio inmemorial parecido a un libro que “no se deja leer”? ¿Hitler como encarnación del genio del mal? ¿La novela de Peter Sloterdijk El árbol Mágico en torno a la genealogía posible de Freud como transmigración a partir del mesmerismo, sonambulismo artificial, primeras formas de cura hipnótica o si se quiere de inducción mágica de conductas provocadas por sugestión calculada en la víspera de la efervescente Revolución Francesa, en el siguiente siglo inducidas por el fervor por la electricidad, el descubrimiento de las partículas elementales y la emergencia de la física cuántica con la denominada “catástrofe ultravioleta” del experimento de Max Planck?
Tengo poco dinero, en realidad solo monedas, las cuales no alcanzan para tomar un transporte. Pero, ¿transporte a dónde, si se me confunden los puntos cardinales? Me pierdo de la manada, me he separado de la compañía: inevitable topar con la aporía kantiana de la Ungesselige Gesseligkeit, la “insociable sociabilidad” de la especie andariega y contradictoria, misma que desgarra mi parva existencia como solitario solidario, al modo de Jean Jacques Rousseau, ya anunciada en la experiencia con ocasión de perderme de la tribu familiar en una tienda con dos puertas en Soacha en una visita familiar al hermano primogénito en el Seminario Menor, hacia 1956 a los diez años. Acaso de nuevo soy como el otro hermano mayor/menor, siempre perdido debido a lo que denominaban “retardo mental”, lo cual me constituyó desde la infancia como un oxímoron: tonto e inteligente. Angustia. Pero al cabo encuentro compañía y con ella hallo la ruta. ¿El método, el camino hacia una meta según la etimología? Pero no hay camino recto, ni siquiera geometría no euclidiana que resuelva el embrollo del intrincado sendero.
El sueño puede reflejar mi desorientación en la tarea imposible que aboco: dar razón de una tarea destinada en apariencia a un rotundo fracaso, la peregrinación de toda la vida hacia el encuentro de Dios. Ella se condensa en la parábola de formarme en la adolescencia en un Seminario desde 1959 a 1963 y en el volver en el umbral de la senectud en la Orinoquía a otro seminario entre 2015 y 2021, sólo que este fuera un seminario abandonado, fantasmal, casi en ruinas que apenas recordada el esplendor del fundador, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve (1916-1989), declarado beato el 17 de julio de 2017 años después de ser asesinado por una de las insurgencias de la Orinoquía colombiana. En el vetusto y desolado seminario, empero, se adivinaban las huellas de los misioneros jesuitas que colonizaron la región siguiendo la brújula de la Utopía de Tomás Moro, uno de ellos un condiscípulo de Descartes en la Flèche con el cual cruzó dos cartas quizás referidas a la figura del Genio Maligno de las Meditaciones.
¿Esperando a Godot? ¿Muerte de Dios? ¿Persistencia del mal? ¿Ausencia de redención?
Tres
Una epifanía poética con los dos rostros de Jano
Jano es el dios romano que servirá para insertar en el calendario juliano el mes de enero luego del mes solar de las saturnales, diciembre, brote de la celebración de la natividad. Dios bifronte porque mira por una mejilla al pasado y por otra al futuro, su estatuaria romana de las Puertas de Jano sirvió para significar el dilema de la pax romana o la guerra, tan asociadas entre sí. Si las puertas estaban abiertas quería decir que los ejércitos iniciaban desde allí su marcha guerrera hacia las fronteras del imperio; si cerradas, se indicaba un remanso de paz. Durante el imperio hasta su fin las puertas permanecieron más abiertas que cerradas en proporción de dos a tres.
El poema se escribió el primero de enero cuando todos los votos de fin de año celebraban los buenos deseos por la paz. Bastaron dos días para contradecir tan buenas intenciones, esta vez por una fiera contienda armada entre dos movimientos insurgentes en la frontera de Colombia y de Venezuela, no lejos del seminario donde compilé la antología poética En otro exilio. En solo dos días se registran 25 muertos, algunos de los cadáveres se han llevado a municipios vecinos al Seminario donde pasé siete años jubilares, comprendidos como paz interna, pero como en la misma ambivalencia del sabatismo mesiánico tan acompañados de guerras externas. Yo carecía de noticia cuando escribí este poema dictado por un daimon.
20220101 sábado, primer día del año
La querella del año nuevo y del año viejo
Entre carnaval y cuaresma y el jolgorio y la penitencia,
las doce uvas, las espigas, la vuelta a la esquina con la maleta para el viaje,
los abrazos y los besos junto a los sagrados odios,
la salmuera de las guerras y las retóricas de la paz,
los plasmas donde nos sumergimos redivivos narcisos,
efusiones como burbujas de champaña, voladores y fuegos fatuos.
Alguien llama a la puerta faltando cinco minutos para las doce,
mas no aparece en el dintel figura distinta a tus fantasmas
puntuales entre el último segundo del año fenecido
y el primero en irrumpir con alaridos.
Cuando la hora aciaga disolverá los buenos deseos
sábanas faltarán para cubrir tantos despojos,
lágrimas para embalsamar tantos desaparecidos.
En la corriente pesarosa del Leteo levita aún Casandra
con sus ayes lastimeros. Ayer fue y hoy será un pasado
y mañana – Dios no lo quiera – el ritornelo mustio de los duelos.
Dame reposo, alma mía, da respiro entre tanto suspirar
pues desde que nací soy solo la sombra de infinitas plañideras.
Cuatro
De la batalla de los libros a la querella de los géneros
Si mi disputa con los libros se limitara a copiar la andanada del cura de la aldea contra el anacronismo de tanta literatura de caballería que enturbiara el seso de Don Quijote, fácil sería entrar y salir airoso del laberinto de la biblioteca.
Más arduo, pero no imposible sería sortear los enredos del “pleno y verdadero relato de la batalla peleada en el último viernes entre los libros antiguos y los modernos en la biblioteca de San James”: sátira, parodia, alegoría, anagogía (ascenso), katabasis (descenso) y fábula publicada de modo anónimo por el irlandés Jonathan Swift (1667-1745) en 1704 en el contexto de la famosa y larga querella entre la tradición clásica y una modernidad ya permeada por el ascenso de la ciencia y de la economía.

Pues tocado un tanto por el anarquismo melancólico del conservador revolucionario Edmund Burke (el oxímoron se debe al elogio de Novalis al pensador inglés) uno podría comprender el famoso concepto de Lutero, el aufheben, no solo como un superar conservando como traducirán en la dialéctica lineal Hegel y Marx, sino también como un conservar superando y por ardid de una dialéctica paradójica, sumada a un dejo del barroco americano, imaginaría que esta doble vuelta ocurre en espirales irregulares y sorprendentes, como la de los ríos amazónicos, tanto que ciertos retornos lucirían como progresos y estos como ritornelos. El carnaval nos amaestró en la inversión de contrarios y en la relatividad de los absolutos. También el inconmensurable Newton se valió por la época de la escritura de la sátira de Swift de una sentencia medieval para sosegar la disputa: “si he podido mirar lejos ha sido porque me apoyé en los hombros de gigantes”, asunto que mereció un libro clásico de exhumación simbólica por parte de Robert Merton, On the Shouders of Giants.
Toda biblioteca es un inmenso cementerio habitado por muertos vivientes. “Leer, – decía don Simón Rodríguez –, es resucitar fantasmas”. He aquí pues una modalidad de la epifanía cuando los fantasmas reaparecen como los revenants (los que vuelven y vuelven) y las wiederholungs oníricas (repeticiones sintomáticas).
Pero, ¿qué hacer cuando por cierto destino signado por continuos desplazamientos la biblioteca se trasmuta en un parlante bazar, en una algarabía de albures y en un magazín de variedades como en cualquier almacén de una anodina esquina de una aldea? No es sólo que por los cambios de opciones uno destituya del alto parnaso a Marx a secuaces junto a todos los dioses y a la teología hasta derrocarlos a los humedales de las filas más bajas de los estantes; ni que uno humille la altivez del estructuralismo por la posmodernidad y en otro momento abaje a tanto Derrida por ensalzar a algún Sloterdijk; o que un Žižek aparezca en un fulgor y desaparezca en otro parpadeo para alojar por algún capricho a un Santo Tomás o a un San Anselmo. Los paraísos y los infiernos librescos suelen cambiar de lugar. Y en la noche, cuando solo los libros se yerguen en los estantes, las querellas son tan hirientes y sangrantes como las guerras de la especie carnicera. Uno sospecha que Aristóteles desaloja a codos a Platón y éste a su vez sepulta a Sócrates en medio de muchas venias.
¿Generación o degeneración? Como en la antítesis entre progreso y tradición, el dilema es demasiado grueso y además indecidible, aún si entre los dos se interpone la gracia de la regeneración. Porque todo nace y muere entre la causalidad y la casualidad, sólo que el primero es un azar estadístico y la segunda la más incierta certeza porque nunca se sabe cuándo se muere. Y sin saber si principio y fin se entretejen como un eterno retorno de lo igual y por ende si uno renacerá como la araña o la abeja que disputan sus preferencias en una esquina de la ventana de la biblioteca, la primera como adalid de los modernos en su contento doméstico, la segunda como emblema del oficio aventurero de la polinización que en una imperfecta alegoría se suman a la batalla de los libros en una noche de un viernes en la biblioteca del Rey James.
Sin duda las tres o ya cuatro y hasta cinco revoluciones científicas, tecnológicas y técnicas son tan aceleradas como el crecimiento de la población, pero pese a sus frutos siempre quedarán a la zaga de las necesidades, porque estas mutan tanto como los deseos. Soluciones geniales derivan en problemas mayúsculos. La ignorancia socrática fue sucedida por la ignorancia enciclopédica postulada por Labrousse a fines del siglo XIX y ahora seguida por la inconmensurable ignorancia telemática. Y a poco de que uno de los pensadores más lúcidos de la época proclame la apoteosis de la especie homínida, millones de virus nos devuelven a la inclemencia de la cadena trófica en una naturaleza insolada. Entre más sabemos menos sabemos, porque los misterios últimos permanecen velados y velados a la razón.
Inmensos cambios expanden la potencia de las bibliotecas. De la prensa al plasma y de la pluma y el papel a las combinaciones digitales del cero y el uno del álgebra de Boole, los medios se multiplican y se intercambian a mayor velocidad de la capacidad de apropiación: hoy somos analfabetos de muchos modos. Del laconismo del telégrafo con su punto y raya al tartamudeo de los trinos, la sintaxis se descoyunta tanto que parecieran más unívocos los antiguos mensajes de humo o el correo de las palomas, menos pugnaces. Sigue siendo principio de las querellas el matrimonio de soberbia y orgullo junto a la mendicidad, la lujuria, la envidia y la gana, pasiones tristes que presidieran como sermón moral el discurso de Swift.
Sólo que los géneros se han multiplicado al infinito. ¿Escribiré en poesía y en qué tono: épico, paródico, coloquial, ceremonial, ocasional, lírico, transeúnte, metafísico, místico? Y ¿en qué metro y medida: verso endecasílabo, alejandrino o verso libre? ¿Ficción, novela o cuento en papel o en plasma? ¿Filme y en qué formato, video, documental? ¿Respetaré la solemnidad y el formato académico? ¿Atenderé con puntualidad a la insulsa liturgia de las normas APA? ¿Cómo y qué decir y escribir? ¿Historia, sociología, antropología, psicología, psicoanálisis ortodoxos o heterodoxos? ¿Hermenéutica, filosofía del lenguaje, fenomenología, ontología, teología, onto-teología?
A la batalla de los libros se han añadido así las batallas de los géneros. Pero ¿también han de contarse las innúmeras y mortíferas de los otros géneros? La guerra de los libros en Swift era caballeresca. Quiere decir de varones armados de filosas plumas y de tanta tinta como sangre vertida. La vocinglería es ahora infinita. ¿Acudiré al travestismo para disfrazarme de mujer y empeñarme en guerra a muerte contra el patriarcado? ¿Me declararé bisexual o gay para elogiar la diferencia? ¿Simularé ser lesbiana o esplendorosa Drag Queen?¿Teñiré mi rostro de negro para reclamar con justeza tantos agravios de tantos amos antiguos? ¿Emplumaré con penachos mi cresta para lucir como agraviado indígena contra los malvados colonialistas? ¿Me cubriré de ceniza y de trapos para parecer indigente y esmerar retóricas contra la bolsa y el tesoro? ¿Asumiré como Nicolás de Cusa la investidura de la docta ignorancia de un discapacitado para perorar contra la vanidad de la escolástica antigua y contemporánea?
Ahogados por tanta riqueza nos hemos vuelto miserablemente pobres no sólo de sentidos, sino lo que es peor, de espíritu.
Cinco
Una etimología y un neologismo travieso y espurio de la palabra trasteo
Por su etimología y por su semántica dúctil, las palabras poseen un sortilegio maravilloso. Como un niño siempre admirado por el nacimiento del mundo en el habla, el escritor obra como un alquimista del lenguaje. En el alambique de su cerebro escudriña la polisemia y los significados contradictorios de las palabras, como cuando la palabra “muda” se menciona para una mudanza, por la cual se quiere indicar un movimiento de residencia, pero que en otro contexto significa una parálisis del habla. Algo se mueve como la lengua en el parlamento de varones o en la parlamenta de las féminas, y empero no se mueve, como en la afasia.
Caso semejante ocurre con la palabra “trasteo”, tal como se entiende sólo en Colombia como sinónimo de mudanza. De significar en su origen el banco de madera de las galeras donde se ataba a los esclavos remeros, proveniente del latín trastrum, pasaría luego a indicar como trastes las clavijas de instrumentos de cuerdas y como trastos el trasiego de cosas viejas y estropeadas.
Esta acepción sí que la conoce quien se ha mudado cerca de cuarenta veces de residencia en sus setenta y seis años y por tanto ha vivido en continuo desplazamiento de contornos. En análogo sentido el verbo trastear se refiere a “revolver, mudar o mover trastos de una parte a otra”, como también a “discurrir con viveza y travesura sobre algún asunto”, como es el caso de esta escritura, pero también “enredar”, lo cual también podría ser un atributo de estas líneas, en la tauromaquia “dar al toro pases de muleta” y en Colombia, sólo en Colombia, “mudarse: dejar una casa que se habita y pasar a otra”.
Al compendiar el arco de la vida en dos de los trasteos, uno como adolescente entre 12 y 17 años a un seminario en una antigua hacienda rural, regido por las normas antiguas del Concilio de Trento (1545 a 1563) y luego de 52 años al seminario fantasmal y abandonado del corregimiento de La Esmeralda, en la Orinoquía colombiana donde habitara de 2015 a 2021, fue como si esas mudanzas reflejaran cierto ocaso del catolicismo y por ende una especie de derrota en la peregrinación al encuentro de Dios, esto es, según el neologismo travieso y bastardo, un fracaso en la misión del tras-teo, esto es de la larga marcha hacia Dios.
Banal sería traducir esta travesía como la experiencia personal del proceso descrito como “secularización” del mundo. Pues pese al pesimismo de Max Weber cuando describía el capitalismo como una “jaula de hierro” sujeto a una inevitable entropía de todo carisma mágico o religioso, como sociólogo e historiador de las ideas demostré en muchos libros y escritos que la sociedad crematística es impensable sin una operación de simonía al convertir el oro y el plomo (léase poder) como indicios más que indirectos de la presencia de Dios en el mundo, acompañada como descubriera Walter Benjamin y como expusiera Mallarmé en Variation sur un sujet en una liturgia de la moneda, en apariencia profana, pero en el fondo tan sagrada como la humilde hostia porque convierte a los grandes magnates en los únicos monoteístas, pues regulan el valor de cambio universal, en tanto que la muchedumbre permanece en el politeísmo pagano por adoración de los fungibles y volátiles valores de uso.
El fracaso de los tras-teos se refleja en otra modalidad más trágica de la guerra de los libros. Es sabido que en toda mudanza algo se pierde, además de todo cuanto se deja atrás. A Arauca llevé 8.000 libros que hubieran sido tres veces más si no fuera porque en otras mudanzas muchos quedaron en el tránsito, además de todos aquellos que uno presta sin devolución. De allí vine con 4.000 porque regalé la mitad a un joven poeta de una de las más escondidas y pobres de las 160 veredas del municipio de Arauquita, por alentarlo además en el inicio de sus estudios de sociología. Tal vez he debido dejar más en el camino porque a estas alturas es menester soltar los lastres para navegar más ligero.
Pero hay otra consecuencia y es la del desorden monumental de la biblioteca: una auténtica torre de babel o incluso una especie de muy promiscua casa de citas donde se acomodan sin orden ni concierto libros de disímiles géneros en tal caos que por ejemplo los dos tomos de la Revista Bizarre de inicios de los años cincuentas con la enciclopedia del fetichismo tan propio de esa época puritana e indispensables para cierta excéntrica genealogía hermética de mis constelaciones familiares colindan con Las Confesiones de San Agustín sin ningún escrúpulo o con el gran diccionario de filosofía de la Universidad de Cambridge.
Entonces: ¡miscelánea, magazín, almacén de pequeña aldea, bazar y algarabía de voces heteróclitas! Sin contar algunos hechos que dejan la fábula de la abeja y de la araña del relato de Swift como cuentos para niños: comejenes enamorados de los libros y de algunos diarios y cuadernos de resúmenes, por ejemplo el de la Historia de la Filosofía de Hegel o las Confesiones de Rousseau; pareja de sapos copulando en un estante de la biblioteca; ratones anidados entre Camus y Sartre, y aún una avecilla caída del nido. Y, ¿cómo y por qué quejarme si aún no sé si es el último tras-teo?
Durante mucho tiempo creí en la novedad de la noticia de la muerte de Dios proclamada por Nietzsche en su nuevo evangelio del Zaratustra. Hasta que al recorrer el exquisito libro de Albert Beguin: El alma romántica y los sueños (Fondo de Cultura Económica, 1994, libro publicado en francés en fecha tan preñada como fue la del año 1939), descubrí en el capítulo X la noticia dada conocer como “el sueño de Jean Paul” (1790), uno en el cual la atmósfera fantasmal recuerda lo sombrío de la sátira de Swift:
Lamentación de Shakespeare muerto, anunciando a unos oyentes muertos, en la iglesia, que no hay Dios. El narrador sueña que se despierta en un cementerio: las tumbas están abiertas, unas sombras vagan sobre los muros; en el interior de la iglesia, dos notas discordantes tratan en vano de fundirse en un acorde. …El cuadrante de la Eternidad, sin cifras y agujas, gira en el vacío. De pronto Shakespeare comienza a hablar: “Asistimos a los funerales nocturnos, silenciosos de la Naturaleza, que se ha suicidado”. Evoca la carrera desatinada de los astros en el cielo sin Dios, los cadáveres cuyos ojos vuelven a abrirse sobre la ausencia eterna, el caos encrespado, y el hombre, imagen proyectada por un espejo cóncavo. Y termina con estas palabra: “No veis, oh muertos, ese montecito de cenizas inmóviles en el altar, quiero decir, lo que queda de Jesucristo descompuesto?”.
La escena es más insólita que la exposición de una prostituta desnuda en el altar de la venerable Notre Dame, empotrada allí como símbolo de la razón. El poeta Gérard de Nerval (1808, suicidado en 1855) –quien argüía contra los que lo tachaban de incrédulo que él profesaba diecisiete religiones – replicará la noticia de la muerte de Dios en un célebre soneto publicado entre 1844 y 1845 en la serie de cinco poemas cobijados en el título de Cristo en el monte de los olivos. He aquí el primero con un epígrafe de Jean Paul:
El Cristo de los olivos
¡Dios ha muerto! y el cielo está vacío…
¡Llorad, criaturas, ya no tenéis padre!
Jean-Paul Richter
I
Cuando el Señor, alzando bajo el bosque sagrado
como un poeta al cielo sus dos brazos desnudos,
se entregó largamente a sus dolores mudos
y de ingratos amigos se juzgó traicionado,
hacia abajo, hacia ellos fue su mirada triste:
ahítos, a su sueño bestial abandonados,
soñaban con ser reyes, profetas o mitrados…
Un grito de su boca salió: “¡No, Dios no existe!”
Y aun dormían. “Amigos, ¿conocéis la noticia?
Yo os engañaba, hermanos. Se ha golpeado mi frente
con la bóveda eterna, y he vagado, sufriente,
Ensangrentado y roto: ¡sólo abismos se abrían!
Al altar donde soy la víctima propicia
Dios falta. ¡Ya no hay Dios!” Y ellos siempre dormían.
Sopeso entre sueños y clarores el compendio de mis devaneos teológicos, la menos de las religiones de los libros. Todo se resumiría en interpretar una sentencia atribuida a Yahvé en el Génesis en la teofanía de Moisés en el monte Sinaí, misma que no solo por economía y semántica traduzco a un palíndromo que contiene la más pródiga tautología y el más potente retruécano como si la omnipotencia y omnisapiencia se cifrara en clave de carnaval, tanto en su multiplicidad como en su vacío:
“Yo soy ese yo soy”.
Dos vías por entero opuestas se abrirán a partir de allí: la multiplicidad del panteísmo porque cualquier ente llevará el sello del creador, y en el polo opuesto el vacío, porque la teología negativa predicará que Dios no puede ser esto y aquello, ya que lo finito no puede albergar lo infinito. En el mismo tenor, dos actitudes opuestas presidirán la indagación: pero ni el “creer para entender” de San Agustín, ni su inversión por San Anselmo, “entender para creer” servirán para acceder al principio de los principios (se advertirá que allí se contiene la semilla de la irresoluble distinción de Weber entre ética de convicción y ética de responsabilidad).
Aunque Kant asevere en el inicio de su Crítica de la Razón Pura que “me fue preciso limitar el saber para dar lugar a la creencia”, la marcha severa de la sensibilidad al entendimiento y a la razón terminará en el fabuloso callejón sin salida de una dialéctica irresoluble, paradójica como la llamo, porque no se puede demostrar que Dios existe, pero tampoco es factible probar que Dios no existe, contra lo que tantos suponen al divinizar a la ciencia. Si se opta por el camino del espíritu de Hegel, pronto aparecerá su antídoto en la reducción por el materialismo dialéctico. Ironía suma: quien predicó lo indecidible de los axiomas matemáticos, Kurt Gödel, intentó al final de su vida, lo mismo que Hegel con la filosofía, validar de modo matemático el argumento de la existencia de Dios.
Kant salvaba la religión, o mejor la espiritualidad, al aceptar como necesario el supuesto espiritual como soporte de la moralidad, pese a que a partir de él la ética se funda de modo inmanente como el imperativo categórico basado en la premisa de considerar a los otros como fines y jamás como medios. Pero el talante idealista y formal de la ética kantiana, así se la sacralice como en Hegel la eticidad como espiritualidad del Estado (lo que puede derivar en un horror como el nazi) serán insuficientes para comprender el orden del mundo. Al predicamento de un personaje en los Hermanos Karamasov de que “si Dios no existe todo será permitido”, se puede replicar con Žižek, e incluso con Levinas, que “si Dios existe todo está permitido”, a juzgar por el salvajismo de las guerras a nombre de la divinidad.
Por lo tanto más plausible resultó la sorprendente solución de Baruch Spinoza al resolver la famosa tautología y las ecuaciones de esencia y existencia en la visión inmanente de lo divino: Deus sive natura, una raíz que por complejas operaciones, entre ellas la de Lévinas (ver a Dios en el rostro de los otros) y para sorpresa, la proveniente de la saga de Orlando Fals Borda, según mi recreación, merecería un complemento: Deus sive natura, Deus sive multitudo: Dios, o sea la naturaleza, Dios, o sea la multitud. Subrayo el término multitud para esquivar el muy plebeyo y por tanto limitado Deus, sive populus, principio de todos los populismos que se privan del esfuerzo descomunal de contemplar la multitud como inconmensurable convergencia de diferencias y de oposiciones.
Seis
Dos consuelos en el desconsolado no saber, primero la epifanía solar de la visita de los Reyes Magos como sagrada munificencia en la escena de la naturaleza
Recurro en el borde último de mi peregrinación en búsqueda de Dios – al admitir el fracaso y el vacío –, a dos festividades medulares del cristianismo, una solar, otra lunar, ambas de suma humildad y que a mi juicio encarnan el esplendor de la epifanía, ambas en el ámbito de la orientación trazada por Spinoza con la paráfrasis añadida por mí.
La primera es la visita de los reyes magos a la sagrada familia en el pueblo anodino de Belén, instalada en un pesebre junto al establo de animales donde se han refugiado como desplazados forzados que huyen de la violencia del poder real. Parábola perfecta para un mundo en el cual crece en proporción dramática el número de desplazados por las violencias al afectar en 2020 a uno o una habitante por cada 95, cuando diez años atrás la proporción era de uno a 159.
¿Qué significa esta visita? Es de suponer que los reyes magos vienen de distintas tradiciones espirituales: acaso alguno con ascendencia de oficiantes hinduistas o incluso monjes budistas o, si se prefiere, del ámbito de mazdeísmo persa, quizás de la congregación de los seguidores de Zoroastro; otro quizás venido de las tradiciones oraculares griegas, quizás algún hierofante de los misterios de Eleusis; y el tercero sin duda proveniente de las distintas variedades del fabuloso animismo africano, quizás con asiento en Etiopía. Nunca lo sabremos, pero es llevadero suponer la confluencia de distintos puntos cardinales pues lo que representa el encuentro es la vocación universal de la figura del gran inocente que fungirá como Chivo Expiatorio.
Al escudriñar más a fondo apoyado en el clásico libro de Max Weber, El antiguo Judaísmo, el encuentro adquiere una significación profunda examinado en la larguísima y siempre indecisa tradición hebrea del encuentro entre los primitivos y duraderos nabis, encarnaciones de la antigua magia oracular, y el ascenso de la religión basada en la escritura encarnada en la liturgia y en las prescripciones de Moisés, la cual, no obstante el carácter racional y burocrático de los levitas, entronizada en el norte de Israel, siempre estará abierta a la renovación carismática por parte de los sucesores de aquellos magos bajo la modalidad de los profetas, por lo general provenientes de la región más pobre, Judea. Encuentro, pues, del mundo antiguo y del nuevo: natividad como aufheben en el doble sentido que he subrayado, superar conservando y conservar superando: tradición, carisma y burocracia reunidos como semillero.
Pero lo esencial es el esplendor de la munificencia, palabra que significa la profusión de dones: los propios de la vida en su germen natural (el pesebre, el establo), familiar (la sagrada familia) y comunal (la comunidad de pastores), unida a lo más depurado de los dones espirituales: más que los dones materiales: oro, incienso, mirra, alegorías de la nobleza y de la elevación – tan abusados en la reducción de la fiesta a la profusión del consumo – , sobresale el don de la anagnórisis, el reconocimiento de lo sagrado de la inocencia en la humildad de la naturaleza y con ella el ensalzar la potencia del nacer.
Por ello alguna vez propuse tomar esta festividad como efemérides universal de los dones dada su trascendencia para el paradigma emergente del Convivialismo, tan apoyado en la Teoría Antiutilitarista y en la herencia del gran Marcel Mauss.

Siete
La epifanía lunar de la Pentecostés
No se suele registrar la fiesta de la pentecostés como epifanía, pero si se sigue la etimología descrita, como la manifestación de la luz, sí que lo es, aunque la luminosidad sea la de esa pequeña lumbre, “la llama de amor viva”, según el verso de San Juan de la Cruz, aparecida en cada crisma de los congregados ateridos de susto, refugiados en una humilde casa, como en la epifanía solar resguardados allí para prevenir la persecución tras la muerte de Cristo.

Es una fiesta lunar porque a tono con el calendario judío ocurre a los cincuenta días de la pascua, celebrada el domingo siguiente a la luna plena vernal del equinoccio de primavera. En el calendario hebreo corresponde a la festividad del Shavuot o fiesta de las semanas, conmemoración de la entrega de las tablas de la Ley a Moisés en el monte Sinaí, pero superpuesta, en prodigioso palimpsesto, a una antigua fiesta de la estación temporal de las cosechas. Admirable, porque bien se sabe que la palabra cultura proviene del cultivo, por lo cual los dones extraordinarios de la cultura – el nacimiento de la ley moral – subliman los dones propios de la naturaleza. Y de esa forma entrelazan la primera y la segunda naturaleza, la derivada de la libertad.
A su vez la fiesta cristiana en su escatología no apocalíptica expande el palimpsesto de naturaleza y ley moral al sobreponer los dones del espíritu, ante todo como modalidades del amor a la sabiduría como sabiduría del amor, en términos de un dios que en la figura del espíritu ya se ha desencarnado de la altivez metafísica del Dios Padre y aún de la imponencia del Cristo imperial propio de la Iglesia de las Cruzadas: un Dios sin notarías y sin fronteras como fuera pensado por San Pablo en las epístolas a los humildes corintios que se da la mano con la trascendencia inmanente de Ibn Arabi y del sufismo, del budismo, del taoísmo, incluso de la religiosidad inmanente de Confucio y de los más depurados animismos africanos, lo mismo que con las tradiciones sapienciales de los indígenas americanos y de todas las latitudes del mundo: un Dios que es más amor que esperanza y fe, todo amor y ágape y caridad:
Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena o un platillo que hace ruido. Si doy mensajes recibidos de Dios, y si conozco todas las cosas secretas, y tengo toda clase de conocimientos, y tengo la fe necesaria para quitar los cerros de su lugar, pero no tengo amor, no soy nada. Si reparto todo lo que tengo, y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es benigno: no es envidioso, no es jactancioso, no se hincha, no es descortés, no piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor nunca muere. Vendrá el tiempo en que ya no se tendrá que dar mensajes de Dios, ni se hablará en lenguas, ni se necesitará el conocimiento. Pues conocemos sólo en parte y en parte damos el mensaje divino, pero cuando conozcamos en forma completa, lo que es en parte desaparecerá…Cuando yo era niño, hablaba y pensaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé atrás las cosas de niño. De la misma manera, ahora vemos las cosas en forma confusa, como reflejos horrorosos en un espejo, pero entonces las veremos con toda claridad. Ahora sólo conozco en parte, pero entonces voy a conocer completamente, como Dios me conoce a mí. Así pues la fe, la esperanza y el amor duran para siempre, pero el mayor de estos tres es el amor
(San Pablo, 1 Corintios, 13: 1-13, incorporado en El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo de José María Arguedas).
De este modo y así concebida, la peregrinación en búsqueda de Dios culmina con un exaltado aunque humilde y llano entusiasmo: la certidumbre de que siempre que yo sea fiel al amor, por ello mismo Dios estará en mí y yo permaneceré en él, incluso más allá de la muerte.
Notas
[1] Oropeza Palafoz, Sandra Leticia (2019) De peces, barajas, azar y doble sentido: la evolución semántica de la palabra albur. Toluca, México: Universidad autónoma del Estado de México.
[2] Un rastreo de esta contraposición se halla en: Restrepo, Gabriel (2020) El Tratado de Paz y de amistad entre España y Marruecos 1765-1777: aperturas de una larga partida de ajedrez. Y en distintas obras del excepcional pensador de Granada José Antonio González Alcantud, cuya bibliografía se registra en https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=102407 y que merecería una cuidadosa atención.

Bogotá, 1946. Sociólogo y profesor asociado de la Universidad Nacional, ya pensionado. En la actualidad es el vicepresidente ad honorem del recién creado Instituto Alter Forum de Estudios del Sahara, Al Andalous. Ha publicado más de 40 libros y de 140 ensayos en ciencias sociales y letras. Es el autor de una Teoría Dramática y Tramática de las Sociedades que viene desarrollando desde hace muchos decenios. Cuenta con doce libros de poesía. Lleva diarios desde el año 1963. Correo electrónico: garestre@gmail.com.
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