En los Puntos de Lectura del Ateliê de Humanidades, Gabriel Restrepo, autor de “Los cuatrocientos golpes: aforismos en clave de sentisapiencia” (Ateliê de Humanidades Editorial, 2023), glosa “Desencanto“, del joven escritor Julián Villegas (Bogotá: e-ditorial 531 S.A.S., 2022). Reflexionando sobre lo que considera una “espléndida ópera prima”, Restrepo aborda la asincronía de su forma de escritura en relación con lo contemporáneo, ya que se basa en el género epistolar, y glosa la fuerza de una narración bien condensada en el símbolo que expresa su protagonista: un “monstruo hermoso”.
André Magnelli,
Pontos de Leitura, 13 de novembro de 2023
“Un monstruo hermoso”:
Glosas a una espléndida ópera prima
Santandercito, centro poblado de San Antonio de Tena,
vereda Altos de Colombia.
Abril 7 a 10 de 2022, noviembre 6 de 2023
La novela breve Desencanto (2022: Bogotá: e-ditorial 531 S.A.S.) en sus 143 páginas distribuidas en 21 entradas, sorprende por adoptar un género clásico, pero hoy anacrónico: el epistolar. El telegrama, el trino, el mensaje electrónico y el Tik Tok han suprimido la correspondencia epistolar. El lenguaje es cada vez más tartamudo. Un pensador argentino, Gabriel Levinas, manifestaba en una entrevista en el programa Una vuelta más, emitido el 5 de noviembre de 2023, que poco se podría esperar de la democracia argentina ante el dilema de Massa o Milei, peronismo y kirchnerismo dominantes, o salto al vacío con la resucitación de la escuela austríaca de la economía, dado que, en un país con pobreza de 40%, los adolescentes sólo cuentan con 200 palabras para pensar.
Sortear con éxito esta contradicción es la primera virtud de esta ópera prima del joven escritor Julián Villegas (Bogotá, 1993), preparado para la tarea por su formación como artista audiovisual (Universidad Javeriana) y por su aprestamiento literario (maestría de escrituras creativas en la Universidad Nacional en la modalidad de guión), en las cuales alcanzó notable méritos con sus trabajos de grado.
Cartas performáticas, cartas quemadas, cartas en el limbo y cartas en sufrimiento.
No extraña que el género epistolar se haya resistido a morir en la filosofía, guardiana de la antigua tradición. Célebre fue la Carta sobre el Humanismo escrita por Heidegger justo al final de la segunda guerra mundial y dirigida a un colega francés, en la cual tendía puentes entre Alemania y Francia como exculpación por el desgarramiento entre los dos países y, no menos, para lavar la imagen del pasado nazi del pensador de Heidelberg.
Ecos de ella resonarán en una de las obras más sugestivas de Jacques Derrida: La Tarjeta postal: de Sócrates a Platón y más allá (1980): un tratado en torno al significado del destino examinado desde un estricto enfoque ontológico en torno a los sistemas postales. A estos dos precedentes replicará en una célebre conferencia de 1997 el filósofo Peter Sloterdijk, en una obra publicada en 1999 titulada Normas para el parque humano, misma que provocará la ruptura con Jürgen Habermas: con el fin del humanismo parecía también perecer el género epistolar por el advenimiento de la era del biopoder.
Una anécdota servirá para mostrar lo desueto del género epistolar. En Colombia, alguien no halló mejor expediente para anunciar a su esposa que el matrimonio de más de dos décadas tocaba a su fin que un breve mensaje por correo electrónico remitido a la desolada destinataria desde un país lejano donde se había enamorado de otra mujer. El asunto conmovió a la parentela señorial de una capital sumida todavía en una neblina colonial. Hubiera podido acudir a un telegrama, pero no es de extrañar que hoy se proceda mediante un simple trino.
Las redes telemáticas, recorridas por ángeles según el optimismo de Michel Serres en su libro Atlas de 1994 (optimismo, porque también los demonios pululan en ellas), potenciadas justo entonces por la aparición de internet, decretaron el anacronismo de la correspondencia epistolar, misma que, como decía Freud de la escritura en El Malestar de la Cultura (1930), es “el lenguaje del ausente”: un lenguaje sin habla meditado y sopesado en la soledad del gabinete y destinado a un destinatario situado en una lejanía que la globalización ha suprimido.
La célebre Carta a García (1899) que encarnaba el pragmatismo performático de las corporaciones, entre ellas las militares, mediante el cual el mensaje llega porque llega, aunque deba atravesar laberintos e infiernos, ha sido reemplazada por las órdenes cibernéticas del “high command” electrónico, así sea cifrado, como en la máquina Enigma de los alemanes. Órdenes y mandatos ya no necesitan de tablas de la ley, pues suelen ser lacónicos como el dinero que ya ni siquiera es metálico.
No obstante, ayer como hoy, con pergaminos escritos con pluma, o bien con el punto y raya de la telegrafía, o con la inmediatez del Twitter, no solo subsisten, sino también aumentan ruidos y desgastes hasta el punto de validar dos paradojas: los medios de comunicación acercan lo lejano, pero alejan lo próximo; y el exceso de la comunicación termina por incomunicar, puesto que en esta contemporánea torre de babel se valida el estropicio de la sintaxis y del léxico develado por el teatro del absurdo.
En el extraordinario relato de Melville Bartleby, el escribiente, se narra la melancolía de un oficinista de los correos estadounidenses. El escribano se rebela contra el pragmatismo dominante con una radiante expresión al replicar a las órdenes de sus jefes: “I would prefer not do”, “preferiría no hacerlo”. El lamento reiterado obra como un mantra frente a la modalidad imperativa de los llamados “actos de habla performativos”, descritos por Austin, en los cuales lo que se dice, se hace al decirlo, como cuando se declara la guerra o cuando se sentencia un matrimonio. La preciosa disidencia, ociosa porque no es pasable, ya que, pese a la reticencia, el escriba deberá hacer lo que se le ordena, ocurre en una atmósfera cargada por la fatalidad de que en el sistema de correos de los Estados Unidos las cartas extraviadas que no llegan a su destino son quemadas.
Ocurre algo muy distinto en los sistemas postales de sociedades como las nuestras, carentes de un destino manifiesto porque nuestra existencia es laberíntica y fantasmal. Dos figuras prodigiosas ilustran este tortuoso estado. En la película brasileña Estación Central [Central do Brasil] hay una gran diligencia en acopiar las cartas que se depositan allí, pero es traicionada por la incuria del correo en hacerlas llegar a su destino, de modo que las cartas se extravían. No se queman, flotan en un limbo perpetuo. No hay tránsito de quien destina una carta y el destinatario. El mensaje naufraga en un tiempo indefinido, sin resolución posible.
Semejante en el pasmo y el horror es una carta que nunca llega pese a ser enviada. Es la trama magnífica de la novela breve de Gabriel García Márquez El Coronel no tiene quien le escriba. El exmilitar espera la remisión de una pensión que jamás adviene y lo exaspera hasta el punto de matar el escaso patrimonio de un gallo de pelea, tras lo cual, a la pregunta de su consorte de qué comerán luego de ingerir el ave fiera, el coronel exclama un contundente “¡mierda!”, con el cual se cierra el relato. Escabrosa figura escatológica, es metáfora de una degradación entrópica del lenguaje reducido a excremento.
He acuñado a partir de estos ejemplos una modalidad antípoda del acto de habla performativo: el ladino speech. Este consiste en que, ante aquello que se dice que se hará, cabe esperar que no se hará jamás, o, peor, que se hará todo lo contrario de lo que se dice. Es el fundamento de una retórica ampulosa en promesas, e indigente en realizarlas: utiliza palabrerías como fetiches y placebos dispuestos para el engaño en una suerte de animismo político que es el signo más perverso de democracias embrionarias y pobres en realizaciones. Una condición que además reverbera en la pobreza del lenguaje social castrado por narcisismo y limitado a la exposición vana de un yo mendaz e inflado.
Una fuente patética para calibrar la retórica de las mentiras dispuestas como solapa para ocultar las reales intenciones, o para una cansina procrastinación, se encuentra en el Discurso Inaugural del Congreso de Angostura pronunciado por Simón Bolívar el 15 de febrero de 1819: anunciaba allí la posibilidad y necesidad de erigir la educación como un cuarto poder público destinado a la formación ética de la ciudadanía, sin la cual se preveía que una vez librados del enemigo externo, se multiplicarían sin cuento las guerras fratricidas. La genial propuesta, que debía ser el pivote de una primera carta constitucional, quedó congelada en el paso del páramo de Pisba, y luego olvidada entre tantas guerras internas. Todo ello configura un cuadro neobarroco de sociedades selladas por la fatalidad del fracaso, en las cuales los tiempos verbales dominantes son el pretérito imperfecto, aquel en el cual el pasado pasa y pesa por no pasar del todo, y el futuro indefinido, donde flotan como asteroides perdidos las innúmeras promesas faltas de cumplimiento.
La carta en sufrimiento y el laberinto de las emociones.
Como el mensaje de Bolívar, que fue una misiva enviada al mar en la tempestad política, tal como fuera la famosa Lettera Rarissima puesta en un tonel en el tercer viaje desastroso de Colón, la novela Desencanto aventura, en su escritura y en su destino, una suerte incierta y expone un pathos trágico por forma y contenido como las lettres en souffrance, las cartas en sufrimiento descritas por Derrida en el libro citado.
El eximio pensador Zygmunt Bauman quedó corto cuando centró su cosmovisión de la modernidad en el paso de estados sólidos a líquidos. Olvidó la famosa sentencia de Marx: “todo lo sólido se disuelve en aire”. Porque lo propio del siglo cuántico es la complejidad e incertidumbre de estados atmosféricos, menos predecibles que la fluidez acuática porque esta limita en diques, y aun cuando se desparrama, confluye en orillas, así sean casi ilimitadas como el océano, a diferencia del aire que, aún si se comprime, tiende a expandirse o a explotar.
Enorme mérito de la novela Desencanto es el manejo de la incertidumbre, narrada con insólita pericia al abordar el laberinto de las emociones en el recuento doloroso de dos relaciones románticas fracasadas. La extensa carta en sus veintiuna entradas es una auténtica lettre en souffrance, una carta en sufrimiento. Dirigida a la mujer “amada” luego de ocho años de haber desaparecido el amante sin explicación alguna, justificada porque al rondar al abismo el nuevo Bartleby, el escritor, ha recapitulado la historia de sus fracasos amatorios en prodigiosa analepsis, no sabe si al enviar la misiva ésta será quemada, si hallará respuesta, o si provocará un efecto catártico de reconocimiento mutuo, así el escritor consagre su derrota como los místicos en la comprensión de su descenso al abismo con la lucidez trágica que expone la novela misma.
En las minúsculas reconstrucciones de las pasiones tristes de los dos enlaces, el autor de la carta siempre se halla ante indescifrables laberintos emocionales, frente a los cuales ha de evadir una y otra vez cualquier juicio o resolución asertórica. Todo parece ser apenas probable, porque todo es sólo posible, pero no comprobable.
¿De dónde proviene esta susceptibilidad que no es patrimonio de la novela, porque refleja con lucidez trágica la angustia existencial de cada sujeto en este mundo caracterizado por lo indemostrable de todo axioma y por la relatividad de todos los juicios, como este saber que estamos vivos y al mismo tiempo muertos, como lo predicaba en poesía el gran César Vallejo?
“Pretender conocer a cualquiera es como pretender conocerse a sí mismo”: la sentencia es de Hamlet, el héroe trágico de la duda, es una que, como el genio maligno de Descartes, brota una y otra vez en el problema del reconocimiento personal y, por supuesto, con gravedad dramática en el reconocimiento intersubjetivo. Es una contradicción que deriva de que la condición humana y femenina se rige por el dilema irresoluble expuesto por Kant: una ungeselligen Geselligkeit, una sociabilidad insociable. Es tal el desgarramiento entre nuestro ser solidario y nuestra condición solitaria que se podría añadir a las aporías eleáticas el predicado de que es imposible que dos sujetos se reconozcan de modo pleno, así como es imposible que Aquiles nunca alcance a una tortuga. Con el salobre corolario de que el amor romántico y la búsqueda de la media naranja perfecta son una quimera. La novela Desencanto prueba y comprueba este trágico aserto.
La incierta atmósfera tempestuosa del mundo contemporáneo determina que los estados emocionales, y por ende, los sentimientos y las pasiones intersubjetivas sean turbulentas, aleatorias, impredecibles y en suma misteriosas. Tanto más en sociedades casi ficticias, como son las de estos pueblos mundos ladinos y mutantes. No por azar el sostenido empeño de científico social argentino Adrián Scribano en el estudio de las emociones y sentimientos que data de su primer albor en un encuentro de la Asociación Latinoamericana de Sociología de 1998, luce como el laboratorio más promisorio de las ciencias sociales de la región y aún del mundo. Una alianza con la literatura, con obras como la ejemplar novela Desencanto de Julián Vallejo, contribuiría a espesar y a iluminar esta emergente y potente teoría.
Porque de la lectura atenta de la novela se desprende que el torbellino de emociones y de pasiones en el microcosmos de una mesalliance – una pareja asaz dispareja, como quizás sean todas en su fondo –, es como un rompecabezas que, a diferencia de los felices juegos de mesa, jamás podrá resolverse del todo. El cubismo elevó la histeria, o neurosis de conversión, como luego se llamó un síntoma que quizás todos portamos, a una extraordinaria figura pictórica bizarra: en un mismo rostro descubre múltiples facetas. “Multifrenia” ha llamado el psicólogo Kenneth Gergen a un síndrome más aleatorio que la esquizofrenia y que a todos nos cobija por la multiplicidad de máscaras del juego social, de síntesis tan precarias que el malabarismo personal no alcanza a sintetizar.
El Desencanto que sufre el protagonista en el fondo nos cubre a todos. En un orbe donde proliferan los selfies con sus infinitas y aburridas poses, comprobamos sin mucho esfuerzo que hay una diferencia abismal entre la persona y el carácter: la primera proyecta un yo mistificado como exportación truculenta, en la cual se enmascara el carácter del sujeto, aquello que lo define como un ser finito marcado más por el dolor que por el goce. Pues la sociedad contemporánea expulsa, como se advierte en la propaganda, todo aquello que evoque lo sublime, lo triste, lo vaciado y lo finito.
En un globo donde la catástrofe se avizora por tantos signos – calentamiento, pandemias, depresiones múltiples, guerras que rozan el estallido nuclear, pobreza espiritual y material adjunta a una impúdica riqueza de ciento veinte multibillonarios – pareciéramos distraer la tragedia con bailes frenéticos y selfies, como si navegáramos en el multitudinario barco ebrio de los locos que apunta hacia el desastre de la extinción de la especie.

El Bosco: Stultitia navis, La nave de los locos, circa 1504
“El monstruo hermoso”.
La maestría de un escritor se certifica cuando el héroe o, mejor, el antihéroe, se hunde en la suprema lección de la atrición, el abismo, pero tanto más si accede a la cumbre de la excelencia cuando cifra la tragedia en clave de un oxímoron como el expresado por el personaje de Desencanto cuando describe su triste condición con la metáfora de “monstruo hermoso”.
Como toda metáfora gloriosa, esta tiene precedentes clásicos: primero Baudelaire, luego Rimbaud. El primero abundó en el tema de la belleza infernal: “¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales,/ Belleza? Tu mirar, infernal y divino,/ vierte confusamente beneficios y crímenes…”. El segundo fue más cáustico: “una noche senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”. Pero emparejar lo monstruoso y lo bello supera antecedentes por juntar antífrasis y oxímoron.
Aunque el epíteto paradójico se aplique en la novela al sadomasoquismo del duelo amoroso de una pareja dispareja, cabe expandirlo a la nación colombiana como un todo. ¿No somos en Colombia un oxímoron, como reza el lema del escudo, un híbrido de “libertad y orden”: híbrido porque la libertad degenera aquí en anarquía, y el orden en autoritarismo, una bizarra aleación como la descrita por Joyce en Finnegans Wake cuando sella el talante de la modernidad como una juntura contrahecha de taradiction y demoncracy? ¿No es Colombia ese “monstruo hermoso”, un purgatorio en el cual alternan infierno y cielo, tragedia y felicidad?
Por sumergirnos en el dolor colectivo debido a tantas violencias, en parte resumidas en la certificación de la escalofriante cifra de 9.250.454 víctimas del conflicto armado, sin contar con las muertes violentas – entre ellas los cerca de 5000 asesinados, chivos expiatorios encubiertos como falsos positivos por las Fuerzas Armadas entre 1988 y 2014, ni las masacres colectivas – olvidamos el dolor de esa violencia lábil, casi invisible, de las relaciones interpersonales. En el fondo, el sadomasoquismo al por mayor se sostiene, como en una pirámide, por esa base de unas relaciones intersubjetivas en familia, calle, instituciones sociales: un dolor al menudeo y a cuentagotas que permea en una sociedad que se ha definido como la más feliz y la más violenta del orbe. Este “monstruo hermoso” es la condición que, como un anatomista social, descubre Julián Vallejo en su extraordinaria novela.
¡Honor y gloria al escritor en la primera escala del genio literario!

GABRIEL RESTREPO (Bogotá, 1946) es sociólogo y profesor asociado de la Universidad Nacional, ya pensionado. Autor de “Los cuatrocientos golpes: aforismos en clave de sentisapiencia” (Ateliê de Humanidades Editorial, 2023).Fue por un tiempo vicepresidente ad honorem del Instituto Alter Forum de Estudios del Sahara, Al Andalous. Fue presidente y vicepresidente en distintos periodos de la Asociación Colombiana de Sociología. Ha publicado más de 40 libros y de 140 ensayos en ciencias sociales y letras. Fue ganador de un concurso internacional de ensayo convocado en honor de los 88 anos de edad de Edgar Morin, quien presidió el jurado. Es el autor de una Teoría Dramática y Tramática de las Sociedades (que viene desarrollando desde hace muchos decenios) y de una obra de teatro. Cuenta con doce libros de poesía, tres de los cuales fueron finalistas en el concurso mundial de poesía mística convocado por la Fundación Fernando Rielo de España. Lleva diarios desde el año 1963.. Correo electrónico: garestre@gmail.com.
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