Dar/recibir/dar: un bucle sagrado – por Diana Patricia IriArte

Tengo la gran alegría de traer hoy otro artículo de otro intelectual colombiano, la psicóloga y escritora Diana Patrícia IriArte. Para tocar las virtudes, hay que hacerlo con sencillez y sensibilidad. Esto es lo que hace Diana aquí, analizando cuidadosamente el ciclo de dar (de dar/recibir/dar) en su relación con la ética del cuidado y la humildad. Y ella lo hace dialogando con Edith Stein, Simone Weil, Herman Cohen, Viktor Frankl y Bert Hellinger. Es un pequeño tramo de la revelación del universo de la espiritualidad ética, tan renegado por el utilitarismo contemporáneo y el pensamiento crítico.

Le deseo una excelente lectura.

A. M.
Fios do Tempo, 11 de novembro de 2020



Dar/recibir/dar:
un bucle sagrado

Diana Patricia IriArte

Cuando leí por primera vez a Simone Weil, evoqué las palabras de Edith Stein en su libro titulado Una pedagogía femenina, cuando manifiesta sentir que la revelación de otra persona se le dirigía a sí misma. Es como si una revelación recibida por alguien se copiara en otra, o como si la persona se mirara en el espejo, pero viera otro rostro.

Esta sensación la sentí cuando alguna vez leí a Weil en Carta a un religioso, uno de sus elocuentes escritos, que indicaba que la empatía es el don de la intuición y del rigor que permite captar lo que el otro vive en sí mismo.  Esta frase contiene, a mi manera de ver, la más alta dimensión de las relaciones interpersonales, en tanto, implica el hacer humano de mirar al otro en sí mismo, su necesidad como si fuera de uno  y su sentir como si las huellas de un evento se marcaran en nuestras propias neuronas. Pareciera que Simone Weil ya tocara las aristas del saber cuántico. Desde esta conceptualización de empatía es posible comprender al acto de dar como  la forma concreta de encarnar un gran Amor (Stein), Amor sublime que es puro e incondicional.

Simone Weil, le da relevancia al acto de dar en estas palabras: “Felices aquellos para quienes la desdicha incrustada en la carne es la desdicha del propio mundo en su época, pues tiene la posibilidad y la función de conocer en su verdad, de contemplar en su verdad, la desdicha del mundo. Esa es la función redentora”. Y de esta manera, también al sopesar el mensaje, nos  introducimos en el concepto de Compasión tan arraigado en la perspectiva budista donde el sufrimiento en algún aspecto de la vida encarna el sufrimiento de los demás, pero además, el sufrimiento del otro encarna mi propio sufrimiento. No es posible ser ajenos al sufrimiento del otro, ni al de la humanidad, en ninguna dimensión de la existencia humana, cualquiera sea su entorno o condición.La Compasión, a su vez, encarna una forma de generosidad. La existencia humana adquiere sentido, como lo manifiesta Viktor Frankl en su obra, El hombre en busca del sentido último, en la medida en que la posibilidad intuitiva del sufrimiento ajeno enraíza en el corazón del sufrimiento del otro, llevándolo inclusive a un olvido de sí por el bien ajeno.

Desafortunadamente, la sociedad consumista con su exaltación del individualismo ha ido borrando y negando la capacidad intuitiva de leer al otro desde sus carencias afectivas, materiales y espirituales. Esta capacidad intuitiva de lectura debe inscribirse dentro del sentido social del concepto de justicia. 

Ahora bien, todas estas premisas nos conduce a pensar que si el lenguaje no media la generosidad, en cuanto es resultado de la capacidad del sujeto de ver desde la intuición o desde el Amor, el acto de dar resulta ser una solicitud silente, un pedir permiso tácito para ayudar a aliviar el sufrimiento del otro. En este contexto, se produce un cambio en el ejercicio de la gratitud, por cuanto quien la manifiesta, no es quien recibe la generosidad, sino quien la otorga,  dado que quien la recibe no lo solicita sino que es producto de la capacidad intuitiva de lectura del dador, y además porque la redención del dador se propicia desde su hacer a través de la generosidad. Pero, a su vez, quien recibe, acepta, lo cual implica que la gratitud es de carácter bidireccional puesto que los dos implicados son dadores.

Expuesto lo anterior, el bucle Dar-Recibir-Dar constituye una unidad sagrada de carácter dialéctico. Lo uno, no existe sin lo otro. No soy dador si no tengo quien reciba, pero a su vez, óigase bien, quien recibe otorga al otro el poder de dar, el bien redentor de dar. Se trata de un ejercicio consciente que si se origina en afinidad de personas no degrada su significación de unicidad-buclidad. Elevado así, el acto de Dar/Recibir/Dar a la categoría de sagrado, se impone una relación unibiunivoca en la cual entre el Tú y el Yo no hay separatidad espacio temporal ontológica de esa mismidad, por cuanto, el Tú el Yo y el Nosotros están instaurados en la Mente Cósmica como un holograma cuántico en el que todos somos copias con variantes vibracionales de un fractal infinito de manifestaciones energéticas de Amor.

Ese es el acto sagrado de Dar-Recibir-Dar que parte del amor y de la intención ausente de contraprestación; la humildad de quien recibe es epifanía, es renacimiento, por cuanto la acción ha estado dada bajo la expresión del silencio. Nadie ha pedido pero se otorga. Y quien recibe sin haber pedido, acepta la donación. La humildad sacraliza la acción del Dar si se mira dentro del contexto ético y espiritual de buscar el bien del otro. Suele ocurrir que en sociedades donde lo individual prima y al Tener se le concede  más valor que al Ser, el acto de Dar, no solicitado, puede ser considerado ofensivo, porque como lo plantea Herman Cohen en su texto La virtud de la humildad en la filosofía práctica: la  humildad al ser movida por el afecto está orientada a la particularidad histórica en la que actúa el individuo y esta virtud nos impulsa a ver al otro en nosotros y nos dispone a percibir nuestras fragilidades y limitaciones y con ella nuestra finitud. 

Y sólo cuando nos percibimos desde esta perspectiva es que podemos transferir este juicio sobre los demás, lo cual nos lleva al camino de la comprensión del otro.

Así bien, se debe entender que tan humilde es el que otorga como el que recibe de tal forma que el valor de la humildad va a depender de las circunstancias específicas de la acción, lo que permite prestar atención a la fragilidad de quienes están involucrados en el contexto de la situación. La humildad constituye la virtud por excelencia del cuidado del otro y lo que nos mueve a hacernos cargo de las necesidades y carencias de los demás. De ahí, que la recepción del bien en humildad viene a ser la corona que sacraliza el bucle; siendo este hecho el mayor símbolo de gratitud de ambas partes. 

Una bella anécdota del buda nos la cuenta Sogyal Rimpoché en El libro tibetano de la vida y de la muerte que dice: Asanga, ermitaño del siglo IV iba hacia la montaña para hacer un retiro en solitario y, entrada ya la tarde, se encontró con un perro tendido en la cuneta. Sólo tenía las patas delanteras y la mitad trasera del cuerpo estaba descomponiéndose y cubierta de gusanos. Pese a su lamentable estado el animal no cesaba de ladrar a los transeúntes y hacía patéticos intentos de morderlos, arrastrándose por el suelo con las patas buenas. Asanga quedó abrumado por un vivo sentimiento de compasión y se agachó para quitarle los gusanos que le consumían el cuerpo. Se arrodilló y, tras mirar la repulsiva masa culebreante, cerró los ojos y cuando se dio cuenta, estaba tocando el suelo con sus manos. El perro había desaparecido; en su lugar estaba el Buda Maitreya envuelto en un aura de luz trémula. Aquí, en este bello ejemplo, el gestor es el perrito. El que recibe, otorga la iluminación o, mejor sería decir, la elevación de consciencia, la redención en términos de Wail. Pero no se trata de ese dar de cuando se pide limosna en la calle y uno busca entre los bolsillos la monedita. No, eso no tiene nada de sagrado, es un dar nacido del ojo del Amor, de esa necesidad que tú ves sin que te pidan, de esa búsqueda amorosa de lo que le falta al otro, al hermano, al amigo, al esposo o la esposa. Es vigilancia con los binoculares de espejos que se miran al unísono sus propias carencias. Y en ese darse, cuando va sellado por la bidireccionalidad vuelta unicidad yo te veo a ti y tú me ves a mí. Y así pueda que yo llene tu carencia de alimento y a su vez tú llenes mi carencia de una sonrisa amorosa, de un consejo, vaya uno a saber. Cuando el bucle Dar/Recibir/Dar no se sacraliza, como lo plantea Hellinger en su obra Órdenes del Amor se da un desequilibrio que rebota, muchas veces, en la ruptura de la relación o, en la pérdida de las consecuencias que este acto de Dar/Recibir/Dar genera. Si uno de los dadores, en un acto de soberbia, decide devolver lo recibido niega la oportunidad redentora y lo traslada al terreno de la accion yoica. 

Honrar el bucle Dar-Recibir-Dar se logra abriendo los ojos del corazón donde nos miramos los dos como donadores y como esenciales en una unicidad-buclidad, para tener la oportunidad de darnos en el sagrado acto del Amor.


Diana Patricia IriArte (Diana Patricia Cristancho Higuera), colombiana, Psicóloga, Magister en Análisis Experimental del Comportamiento, ha sido profesora de la Universidad Surcolombiana e investigadora en el campo de las ciencias sociales. Galardonada con Mención de Honor por la Facultad de Educación de la Universidad Surcolombiana por sus investigaciones en educación, sus ensayos han sido publicados en revistas a nivel nacional y en la prensa local y su obra denominada, “Salte de las cadenas a la libertad” se consigue en la plataforma de Amazón.

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